Obras de Miguel Ángel Buonarrotti (1475-1564)
Piedad del Vaticano (1498-99)
Escultura del Cinquecento, realizada en mármol, 1,74 m. alto x 1,94 m. largo, Basílica San Pedro Vaticano, Roma
La Virgen María sostiene a su hijo muerto que descansa en el regazo de la madre. El contraste entre la madre que aparece joven en la obra, lo que anuncia su eternidad, y el hijo que muestra su naturaleza humana, en su desfallecimiento, es una de las características más originales de esta escultura.
La lividez del Cristo fallecido se contrarresta, además, con la volumetria del vestido de la Virgen: vemos así a un Cristo humanizado, símbolo del sufrimiento del ser humano y a una Virgen divinizada, símbolo de la perfección e inmortalidad de las ideas puras.
La composición es piramidal, creándose, así, una obra cerrada y racional.
El estudio anatómico de los personajes, el volumen de los personajes o el detallismo de los pliegues de los ropajes son signos de naturalismo.
Ésta fue la única obra firmada por Miguel Ángel: en la cinta que cruza el pecho de la Virgen puede leerse "Michel Angelus Bonarotus florecin faciebat"
David (encargado en 1501)
Escultura del Cinquecento, realizada en mármol, 4,10 m. de altura. Museo de la Academia, Florencia
Símbolo de la victoria de la República de Florencia sobre sus enemigos de Pisa, en 1504, una comisión (de la que formaban parte artistas tan notorios como Da Vinci y Botticelli) decide colocarla en la plaza de la Signoria dónde estará hasta el siglo XIX.
David es retratado como un joven atleta a la manera griega, en el momento anterior al lanzamiento de la piedra sobre Goliat, escenificando la energía concentrada y la potencia del personaje. La mirada altiva y orgullosa del joven refleja la capacidad de superación y la ambición del ser humano. El movimiento, contenido, es mostrado en el brazo doblado y en el giro de la cabeza que burla la ley de la frontalidad; la cabeza grandiosa,la mano exagerada, la tensión muscular demuestran que, para Miguel Ángel, los volúmenes y la expresividad son más importantes que la proporción.
Con esta obra, Miguel Ángel, alcanza la cumbre de lo que denominamos Clasicismo y apunta al manierismo.
Moisés
La Tumba de Julio II fue el gran proyecto artístico de Miguel Ángel pero fue imposible llevarlo a cabo por la desidia del propio Papa (al parecer, influenciado por Bramante) y, posteriormente, por la de sus herederos.
El proyecto inicial de 1505 consistía en un monumento exento de grandes dimensiones que contendría unas 40 estatuas y que partiría de la idea renacentista de monumento funerario como homenaje al difunto y recordatorio de su fama y virtud. En la parte superior, se ubicaría la estatua del Papa que entraría en el Cielo portado por dos ángeles que representarían a la Alegria y a la Lamentación.
La tumba sería una representación de la ascensión del alma al mundo de las ideas puras en el sentido filosófico neoplatónico. En las esquinas se encontrarían Moisés y San Pablo: Moisés simbolizaría en este marco a la vida activa y San Pablo a la vida contemplativa; en el nivel inferior, aparecerían los esclavos (símbolos de las almas apresadas en la materia) y en el centro, la Victoria (simbolizando al alma humana en libertad ascendiendo hacia el Cielo)
Sin embargo, el proyecto no fue realizado. Miguel Ángel fue obligado a diseñar nuevos esbozos del monumento, recortando sus dimensiones, el conjunto escultórico del mismo y, por tanto, deteriorando su significado. Esto produjo un gran desanimo en el artista y determinó el pesimismo vital y artístico de su madurez.
El Moisés fue realizado entre 1513 y 1516 para la tumba original de Julio II y rescatado para su colocación en el proyecto final que se encuentra en la Iglesia de San Pietro in Vincoli, en Roma, Está tallado en mármol,y tiene 2,35 metros de altura.
Se considera un retrato idealizado del propio Miguel Ángel. Su famoso gesto de ira fue tradicionalmente achacado a la irritación sufrida por el Profeta tras descubrir el comportamiento inmoral del pueblo de Israel durante su ausencia. Sin embargo, autores como Panofsky explican el gesto de Moisés en un sentido neoplatónico, por lo que mostraría el estupor del personaje ante la visión del "esplendor de la luz divina" En cualquier caso, la expresión del rostro de la figura es un magnífico ejemplo de la llamada "Terribilitá"
La creación de Adán (1509-1511)
Pintura del Cinquecento. Fresco. 2,80 m. x 5,70 m. Capilla Sixtina, Roma.
Julio II fue uno de los grandes Papas mecenas y el artífice de que Roma se convirtiera en la capital del Cinquecento. Encargó a Miguel Ángel la pintura de la bóveda de la Capilla Sixtina. Éste la dividió en nueve compartimentos que albergaran la narración de una escena bíblica cada uno. La Creación de Adán es una de estas escenas.
La pintura nos muestra a Dios como a un hombre anciano pero vigoroso, envuelto en una túnica que comparte con los querubines, que alarga el brazo y dota, así, de vida a la figura de Adán. El grupo formado por Dios y los querubines es un prodigio de volumen y energía, transmitida, por ejemplo, por la violencia que azota la túnica. Adán, en cambio, aparece perezoso y su movimiento, apenas, insinuado, y su anatomía en reposo nos indican que acaba de cobrar vida.
Sin embargo, lo que más resalta es la chispa con la que Dios despierta a Adán. Esta imagen se ha convertido en la metáfora más célebre en la historia del arte de la creación del mundo y de la propia creación artística.
El Juicio Final (1537-1541)
Pintura del Cinquecento. Fresco. 13,70 m. x 12,20 m. Capilla Sixtina, Roma.
Clemente VII encargó en 1533 a Miguel ángel la realización de dos frescos, Tras la muerte del Papa, su sucesor Paulo III recuperaría el proyecto, aunque sólo se culminó uno, quedando sin realizar la Resurrección.
La obra, muy compleja, contiene cerca de 400 figuras. En la zona superior, se representa el Cielo, presidido por Cristo, que ocupa el centro de la escena, desnudo y levantando el brazo derecho en señal de inicio del Juicio Final. La Virgen María a su lado rodeada de santos, ángeles, etc. En los lunetos superiores aparecen grupos de ángeles, el de la izquierda portando los símbolos de la Pasión (corona, cruz de espinas..), el de la derecha con una columna. A los pies de Cristo, aparecen San Lorenzo (con la parrilla) y San Bartolomé (con su piel), considerado un posible autorretrato del pintor. Más abajo, un grupo de trompeteros anuncian la llegada del Juicio Final.
En la zona inferior, asoma el infierno con la barca de Caronte, desde la que son desalojados los muertos, y el juez infernal Minos con serpientes enroscadas en el cuerpo.
La clave del fresco está en el movimiento que se inicia a partir de la señal lanzada por Cristo, siguiendo las agujas del reloj: a la izquierda, dicho movimiento es ascendente y lo emprenden las almas que viajan al cielo hacia la Salvación; a la derecha, el sentido es descendente y lo sufren las almas empujadas hacia el infierno por salvajes demonios. La obra, leída en clave neoplatónica, sería una alegoría de la escisión del mundo en dos dimensiones contrapuestas: el mundo perfecto de las ideas puras y el mundo oscuro de la materia. El propio Miguél Ángel comparaba en sus escritos a la vida terrenal con la estancia en el Hades. Esta lectura se complementa, por supuesto, con la visión cristiana del tema. De hecho, la Divina Comedia de Dante y el Apocalipsis de San Juan inspiraron al artista.
Las reacciones tras ser finalizada fueron negativas: hubo acusaciones de paganismo y a los dignatarios del Vaticano les molestó la desnudez del Cristo Juez y su parecido con Apolo. El momento de la identificación entre cristianismo y cultura clásica había pasado y los Papas de la Contrarreforma protagonizaron el apogeo del Barroco.
Desde el punto de vista técnico, el Juicio Final testimonia la ruptura con el clasicismo de Miguel Ángel: las figuras muestran agitados escorzos (por ejemplo, los ángeles de la parte superior, almas condenadas en la inferior); los cuerpos están agigantados y estirados; el mismo Jesucristo es una figura corpulenta pero con cierta distorsión en la anatomía (el pecho, por ejemplo); la "Terribilitá," sustituye a la serenidad de los personajes clásicos; por último, hay una significativa ausencia de la perspectiva tradicional y no hay líneas de fuga.
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