martes, 7 de diciembre de 2021

¿De dónde viene la ira?


En 1928, la celebre escritora Virginia Woolf fue invitada a impartir unas conferencias en las secciones femeninas de la Universidad de Cambridge en las que formuló su famosa tesis sobre lo que una mujer necesitaba para poder escribir una novela: "500 libras al año y una habitación propia".  El contenido de las conferencias se publicó en un libro, Un Cuarto Propio, que se convertiría en uno de los libros esenciales del siglo XX. Woolf repasa la historia de la literatura realizada por mujeres y llega a la conclusión de que su dependencia económica respecto a los hombres y la invisibilización de sus obras son las causas de que nos hayan llegado tan pocos escritos producidos por mujeres de los siglos anteriores al XX.
Hay un momento especialmente interesante en este ensayo, cuando se describe como las estanterías de la biblioteca del Museo Británico de libros sobre mujeres escritos por hombres:
"¿Teníais idea de la cantidad de libros sobre las mujeres que se escriben a lo largo de un año? Teníais idea de cuantos los escriben hombres?
(...) ¿Por qué, a juzgar por este catálogo, las mujeres les resultan mucho más interesantes a los hombres que los hombres a las mujeres?"

Detrás de esta preocupación, Woolf encuentra una reacción despectiva, en algunos casos, y agresiva en otros, de esos autores ante cualquier aspecto de la vida social en el que se produzca la intervención de las mujeres, especialmente en el de las artes y letras, y se pregunta:

"¿Cómo explicar la ira de los profesores? ¿Por qué estaban enfadados?"
Esta ira que señala Woolf es una de las respuestas que había acompañado a todo intento de avance de las mujeres en la sociedad occidental desde el comienzo de la Edad Moderna y era la base de la violencia ejercida sobre las mujeres.
Vamos a intentar trazar un esquema histórico de la evolución de esa ira.

¿De dónde viene la ira?


La historiadora especializada en la antigua Roma Mary Beard, en su libro Mujeres y Poder, escarbó en las raíces de la civilización occidental para intentar localizar el origen de la misoginia en nuestra cultura. Beard analizó mitos y narraciones procedentes de la Grecia clásica para exponer como las mujeres fueron apartadas de la vida pública y encerradas en el ámbito doméstico bajo el atento dominio de los hombres. Uno de los ejemplos que utiliza es el de Penélope, mujer de Ulises, héroe de la Odisea, que, a causa de la ausencia de su esposo, es rodeada por numerosos pretendientes en su propio palacio; un día, Penélope se queja del tema del poema que se estaba recitando en el salón de su palacio para distraer a sus pretendientes. Es su propio hijo, Telémaco, quien la manda callar y le recuerda que en casa manda él y que como mujer no tiene derecho a opinar sobre lo que decidan los hombres. Lo más revelador de la historia es que Beard compara las reacciones, a menudo enormemente agresivas, que levantan en nuestros días las intervenciones públicas de políticas como Merkel o Hillary Clinton y detecta como todavía en la sociedad actual se sigue cuestionando la participación en la vida pública de las mujeres.




Benvenuto Cellini, Perseo con la cabeza de la Medusa. Florencia, Plaza de la Signoria

Más cruel todavía es el mito de la Medusa, una hermosa mujer que fue violada por el dios Poseidón y, después de ello, castigada por el mismo dios que la transformó en un monstruo con serpientes en lugar de cabellos. El castigo proporcionado a la Medusa por un crimen del que no fue culpable sino victima inaugura una tradición cultural que culpabiliza a la mujer de las agresiones que sufren sus cuerpos.

La conclusión que sacamos es evidente: ni la misoginia ni la violencia de género son fenómenos nuevos. Están presentes en la cultura occidental desde sus inicios y siguen una lógica aplastante; la misoginia es la pauta común a la hora de describir a las mujeres y a sus capacidades; la misoginia justifica y legitima la violencia sobre estas; la violencia es un instrumento utilizable para mantener el dominio de los hombres sobre las mujeres de su familia, primero, y del resto de la sociedad, por extensión. Este dominio es lo que denominamos Patriarcado.

Las versiones modernas de la misoginia y de la violencia de género proceden de los siglos XV y XVI. En estos siglos, los siglos del Renacimiento y del apogeo del Humanismo, se planteó de nuevo la cuestión de la definición del ser humano. El David de Miguel Ángel (como vimos en clase ) o el Discurso sobre la dignidad del Hombre del humanista florentino Pico della Mirandola son exponentes de ello, de esa visión antropocéntrica del mundo y de la idea optimista sobre el ser humano que contenía. 
Es natural que en este contexto se revisara también la visión que sobre la mujer se había heredado de la Edad Media, surgiendo, por tanto, un debate sobre la capacidad intelectual de las mujeres. Este debate fue conocido como la Querella de las Mujeres (Querelle des Femmes) y enfrentó a personalidades intelectuales de toda Europa.
El texto más conocido de esta discusión es La Ciudad de las Damas, escrito por la francesa Cristina de Pizán en 1405. Esta mujer se hacía ya la misma pregunta que siglos después formularía Virginia Woolf: 
"Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de palabra bien en escritos y tratados. (...)"

Pizán consideraba que el alma de la mujer es igual que la del hombre y su cuerpo igual que perfecto, por lo que las mujeres no carecen de inteligencia, y la causa de su posición inferior en la sociedad a la de los hombres había que buscarla en otro sitio que no fuera la naturaleza. Lo que ocurría, según Pizán, es que las mujeres "no pueden ocuparse de tantas cosas distintas (...) permanecen en su casa y se conforman con atender a sus labores domésticas" No era la naturaleza lo que hacía diferentes a hombres y a mujeres, sino el desigual reparto de roles. Por lo tanto, "si las niñas asistieran a la escuela y se les dejara estudiar las ciencias, lo mismo que a los niños, aprenderían igual de bien que ellos y entenderían las mayores sutilezas de todas las artes y las ciencias", concluía. 




Chistine de Pizán retratada en una miniatura de su obra Cien Baladas.
Fuente :https://historia.nationalgeographic.com.es/a/christine-pizan-feminista-siglo-xv_14729

A) La misoginia en la Europa moderna

Los textos que justifican la violencia y la misoginia son la respuesta masculina a los textos producidos por las mujeres que reivindican un lugar para ellas en los espacios públicos. Esta misoginia se fundamentaba en varios argumentos. Podemos resumirlos en dos:
1) El religioso que legitima la desigualdad de géneros en la voluntad de Dios y utiliza argumentos teológicos extraídos tanto de las escrituras como de la tradición eclesiástica. 
2) El que intenta justificar en la ley natural la desigualdad de géneros en virtud de una supuesta superioridad natural del hombre. Es el propio de autores como Locke o Rousseau.

Algunos fragmentos de escritos atribuidos a autoridades de la iglesia pueden mostrarnos cuales eran los argumentos utilizados para justificar el desprecio al género femenino. San Ambrosio, por ejemplo, decía que:
 "es la mujer puerta del Diablo, camino de maldad, mordedura de escorpión...un sexo dañosísimo, que a donde se acerca encienden de fuego...de la mala se ha de huir, y de la buena se ha de recatar"

San Máximo no le andaba a la zaga: 

"Que la mujer es perdición del hombre, tempestad de una casa, impedimento de gente quieta, cautiverio de vidas, guerra voluntaria, y continua, bestia feroz, leona, que con sus brazos quita la vida, animal lleno de malicia."

En el Antiguo Testamento, sin ir más lejos, encontramos el origen de todas las acusaciones dirigidas contra el género femenino:

"Ella fue la que introdujo el pecado en todos los hijos de Adán, y causa de la muerte del genero humano" Eclesiástico (25:23)

No era raro, por tanto, que los teólogos españoles del siglo XVII explicaran que la mujer es el instrumento preferido del demonio, como es el caso de Gaspar Navarro, que afirmaba:

"..son más imaginativas que los hombres, pues como tengan ellas menos juyzio y discurso, y menos prudencia, más se inclina el Demonio a engañar a las mujeres"
El argumento religioso no era incompatible con el menosprecio a la naturaleza de las mujeres. De hecho, como el texto último ejemplifica, ambas cosas estaban unidas en sus mentes y era la condición natural que atribuian a las mujeres lo que las hacía proclives al mal. Con la aparición de la Ilustración en el siglo XVIII y el apogeo del racionalismo, las alusiones al diablo dejaron de tener tanta presencia pero eso no significó que la misoginia decayera. Más bien, lo que derivó es en el intento de justificar intelectualmente la desigualdad de género. El misógino más célebre del XVIII fue Rousseau, que incluyó este texto en Emilio, su tratado sobre la educación publicado en 1762:
"El sostener de una manera vaga que son iguales los dos sexos y que tienen las mismas obligaciones, es perderse en manifestaciones vanas, sin decir nada que no se pueda rechazar. (...)
Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar de ellos, educarlos cuando niños, cuidarlos para mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles grata y suave la vida son las obligaciones de las mujeres en todos los tiempos, y esto es lo que desde su niñez se les debe enseñar. (...)
El hombre dice lo que sabe, y la mujer dice lo que agrada; el uno para hablar necesita conocimiento y la otra gusto; el principal objeto de él deben ser las cosas útiles, y el de ella las agradables. (...)
Todo lo que tiende a generalizar las ideas, no es propio de mujeres; sus estudios se deben referir a la práctica, y les toca a ellas aplicar los principios hallados por el hombre y hacer las observaciones que le conducen a sentar principios."
Estos presuntos argumentos racionalistas estuvieron muy extendidos en la época. Virginia Woolf cito esta frase del poeta Alexander Pope: "La mayoría de las mujeres carecen por completo de carácter." En Un Cuarto Propio, Woolf atribuye al deseo de los hombres de sentirse superiores su misoginia, de ahí vendría su necesidad de denigrar a las mujeres; insistir en la inferioridad de las mujeres es la única forma de justificar su falsa superioridad:
" De ahí la enorme importancia que tiene para un patriarca que ha de conquistar, que ha de gobernar, el sentir que gran cantidad de gente - la mitad de la raza humana, en realidad- es por naturaleza inferior a él.  (...) Durante todos estos siglos, las mujeres han servido de espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar la figura del hombre al doble de su tamaño natural. (..) Es por eso que tanto Napoleón como Mussolini insisten en la inferioridad de las mujeres , porque, si ellas no fuesen inferiores, ellos dejarían de engrandecerse."

 B) La justificación de la violencia

La violencia de género y, específicamente, la violencia del marido contra la mujer, pasó a ser un tema importante de discusión a partir del final de la Edad Media cuando la economía feudal fue, poco a poco, sustituida por el régimen señorial y la economía de mercado fue ganando terreno. Tras la Peste Negra, la edad media en que se contraía matrimonio subió en Europa y había un alto porcentaje de hombres solteros. Además, la imposición de la obligación de aportar una dote surgió en estos siglos, con lo que para los padres se encareció el matrimonio de sus hijas y se reforzó el poder del varón sobre los bienes del matrimonio. Ser hombre se convirtió en una enorme ventaja entre los medios burgueses y, entre los campesinos, los cambios socioeconómicos que conllevaron el fin de la servidumbre y la necesidad de trabajar para el mercado perjudicaron a las mujeres sin recursos, por lo que el matrimonio se vio como una obligación, ya que una mujer sola estaba destinada a la pobreza y la mendicidad.
El matrimonio pasó a ser una cuestión civil y el estado absoluto y centralizado de los siglos XVII y XVIII tomó el control sobre la institución matrimonial, arrebatándoselo a la iglesia y legislando sobre las relaciones conyugales, la herencia, etc. En este estado de cosas, el marido debía de regir sobre el hogar, igual que el rey lo hacía sobre la sociedad, (el rey, padre de todos sus súbditos) y el Dios-Padre sobre todas las cosas del mundo.
En este nuevo modelo socioeconómico, la cuestión de la natalidad era esencial y, por ello, el control sobre el cuerpo de las mujeres y su capacidad reproductiva era tan importante para el sistema. Por esta razón, el matrimonio pasó a ser tan importante: aseguraba la transmisión de la propiedad, el crecimiento de la natalidad y, gracias al dominio del marido, la apropiación por los hombres del trabajo y del cuerpo de las mujeres.

En el siglo XVI, cuando surgió el debate que denominamos "la Querella de las Mujeres", la cuestión de la mujer es inseparable del debate sobre el matrimonio y, de la misma forma que se apelaba a la tradición cristiana y a la ley natural para justificar la desigualdad de la mujer, se hacía para legitimar la desigualdad dentro del matrimonio y la distinción de roles entre marido y esposa.
La importancia de la mujer dentro del matrimonio se explica así según Fray Luis de León:
"Los fundamentos de la casa son la mujer y el buey: el buey para el que are y la mujer para que guarde"

 La división de papeles dentro del matrimonio está clara para Fray Hernando de Talavera:

"Porque comúnmente las mujeres están y fueron hechas para estar encerradas e ocupadas en sus casas, y los varones para andar e procurar las cosas de fuera"

El hombre debía gobernar a la mujer con los medios que considerara necesarios. Así lo establecían, prácticamente, todos los teólogos de la España de los siglos XVI y XVII. El límite estaba en el homicidio, ya que se consideraba que el marido no tenía derecho a matar a su mujer, ya que ese castigo sólo podía infringirlo la justicia del rey, el único que en la sociedad del Antiguo Régimen tenía derecho a disponer sobre la vida y muerte de sus súbditos. Había excepciones, claro, como el manual escrito por el fraile y predicador  Fray Jaime de Corella, que defendió la absolución del marido que matase a su esposa, o a cualquier otra mujer, en los siguientes casos:
"... no se condena ni será pecado, si el marido de su propia autoridad matase a su mujer hallada en adulterio actual, si lo hiciese llevado de movimiento primero de ira, sin advertencia alguna; y si fuese sólo semiplena, sería sólo pecado venial; y lo mismo digo del que mató con el mismo movimiento de ira a la hija, madre o hermana.." 
En el siglo XVIII, al igual que sucedió con los argumentos misóginos, hubo un cambio, por lo menos en el mundo anglosajón, en el que triunfó el liberalismo. La Ilustración atacó la idea de la monarquía absoluta; el rey ya no debía gobernar por ser el "padre", sino que el gobierno debía de ser consentido por los ciudadanos. Esto no significó que las mujeres debieran estar libres del gobierno masculino. Lo que hizo el liberalismo de los siglos XVII y XVIII fue modificar este argumento por el cual el varón debía gobernar sobre la mujer en calidad de padre. Para Locke, el matrimonio no era una institución política y, por lo tanto, pública, sino privada, por lo que la autoridad del marido debía fundamentarse en que "era la parte más fuerte y más capacitada" Para la historiadora Gisela Bock, esto significó que a partir de aquí se pasa de la autoridad del padre a la autoridad del varón.
De nuevo, como vimos antes con Rousseau, se utilizaba el pretexto de la "razón" y de la "ley natural" para justificar el dominio de los hombre sobre las mujeres dentro de la casa o de la propiedad. En las colonias inglesas en América del Norte, por ejemplo, los padres de familia ejercieron un poder omnímodo sobre sus esposas, hijas y criadas. Muchas de estas eran mujeres muy jóvenes llevadas a América a trabajar en condición de servidumbre, compradas a sus padres cambio del coste del viaje en barco desde Inglaterra. Dado que las leyes inglesas permitían el castigo corporal, sus condiciones de trabajo eran horribles, a lo que hay que unir, en muchos casos, el sufrimiento de abusos sexuales, algo especialmente grave y frecuente si se trataba de mujeres esclavas de origen africano.
En este contexto, la independencia y libertad de las mujeres era casi una quimera. Ser madre fuera del matrimonio, por ejemplo, estaba criminalizado. En 1747, una mujer llamada Polly Baker fue procesada en Conneticut por tener 5 hijos bastardos. Ella se defendió arguyendo que:
"..no puedo concebir cual es la naturaleza de  mi delito. A riesgo de mi vida, he traído al mundo cinco maravillosos niños; los he mantenido bien con mi propio trabajo, sin depender de mis conciudadanos, y lo hubiera hecho mejor si no fuera por las duras cargas y las multas que he pagado..ni tiene nadie la más menor queja contra mí, excepto, quizás, los ministros de la justicia, porque he tenido hijos sin estar casada, con lo cual se perdieron una tasa de matrimonio. ¿Pero puede ser esta mi culpa?"
El castigo a las mujeres que rompen ese esquema de dominación es el motivo en ultima instancia que explica el mayor y más sangriento episodio de persecución a las mujeres de la historia moderna de Europa: la Caza de Brujas. Se extendió entre los siglos XVI y XVIII en Europa y América del Norte y alcanzó una cifra de personas ejecutadas que sobrepasa las 50.000. Aunque hubo hombres que sufrieron la persecución, el destinatario principal fueron las mujeres, por lo que se puede hablar de un feminicidio masivo. Según autoras como Silvia Federici, la causa de este fenómeno había que buscarla en la ambición del capitalismo naciente por fomentar el crecimiento de la natalidad, garantizando así la disponibilidad de mano de obra. Esto chocaba con la mentalidad tradicional de las comunidades campesinas. La persecución de las brujas, mujeres mayores, principalmente, muchas de ellas parteras y que ejercían cierto liderazgo entre la comunidad, sirvió para imponer el poder del estado sobre el campesinado. 
Lo asombroso del caso es que intelectuales como el francés Jean Bodin defendieran la persecución de la brujería y creyeran posibles las cosas que se contaban en las actas: aquelarres, pactos con el diablo...La misoginia del discurso dominante en la cultura europea lo facilitaba, sin duda.


Matteson, T., Examen de una bruja (1853)


Para cualquier mujer nacida antes del siglo XX, dedicarse a las letras o a las ciencias, disponer de sus bienes, hablar en público, recibir el beneficio de su propio trabajo, decidir sobre su maternidad,,, fue poco más que una fantasía. Virginia Woolf afirmó que:

"..cualquier mujer que naciera con un gran talento en el siglo XVI, con seguridad se volvería loca, se habría suicidado, o acabaría sus días en una choza solitaria fuera del pueblo, se habría suicidado, o acabaría sus días en una choza solitaria fuera del pueblo, medio bruja, medio maga, temida y burlada."
Esta desgracia es una de las herencias más significativas del pasado y no tenemos derecho a ignorarla en nuestras clases de historia. Por ello, seguiremos trabajando el tema en futuras entradas como esta: Revolucionarias y sufragistas. La Lucha por la igualdad


Descripción de la tarea


La actividad consiste en realizar una breve redacción sobre las raíces de la violencia de género en nuestra cultura, utilizando tanto las las ideas contenidas como los textos incluidos en la entrada. Puedes utilizar otras fuentes (libros, imágenes, etc.) indicando siempre su procedencia.

Puedes confeccionar tu redacción contestando a las siguientes cuestiones:

  1. El origen de la misoginia. ¿Cuando se originó? ¿Qué argumentos se dan en contra de las mujeres? ¿Quienes los producen?
  2. La justificación de la violencia ejercida sobre las mujeres. ¿Por qué es importante la institución del matrimonio para explicar el dominio sobre las mujeres? ¿qué defendía la iglesia? ¿Cambió la situación con la aparición del liberalismo?
  3. La reivindicación de la igualdad. ¿Qué argumentos se utilizaban para defender a las mujeres frente a la misoginia? ¿Quién fue Christine de Pizán? Puedes buscar información sobre otras mujeres interesantes como maría de Zayas.
  4. Conclusión. ¿Cómo valoras los argumentos expuestos? ¿Te han sorprendido? ¿Crees que el estudio de estos temas puede contribuir a la lucha por la igualdad de género?

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