viernes, 15 de diciembre de 2017

Historia de España. Bloque 6. La Primera Guerra Carlista.

El reinado de Isabel II, una niña de tres años cuando accedió al trono, no comenzó de manera fácil. En los últimos años de la vida de Fernando VII, en octubre 1830, nació Isabel de Borbón, por lo que el rey aprobó la Pragmática Sanción que abolía la Ley Sálica de 1713 que excluía del trono a las mujeres. Carlos Mª Isidro, hermano del rey y hasta ese momento su sucesor, vio cerrado su camino al trono y no aceptó los derechos de su sobrina. Tras la muerte de Fernando VII, se produce el enfrentamiento entre los liberales, partidarios de Isabel y los absolutistas, partidarios de Carlos Mª Isidro y conocidos como los carlistas.
Por lo tanto, con la Primera Guerra Carlista como trasfondo, se inicia el reinado de Isabel, cuya primera etapa está cubierta por la Regencia de su madre y esposa de Fernando VII, María Cristina de Borbón.

1.1 La Primera Guerra Carlista

Denominamos Carlismo al movimiento político que apoyó los derechos de Carlos Mª Isidro de Borbón al trono español, tras la muerte de su hermano Fernando VII, frente a la candidatura de su sobrina Isabel de Borbón. Su programa se resume en el lema “Dios, Patria, Fueros y Rey” y se compone de:
  • La oposición radical a las reformas liberales.
  • La defensa de la Monarquía Absoluta y del Antiguo Régimen.
  • El rechazo a la desamortización de los bienes eclesiásticos y a la libertad de cultos. Los carlistas fueron partidarios del Tradicionalismo católico.
  • La exigencia de la permanencia de los Fueros Vasco-Navarros (Leyes que establecían el autogobierno de esas provincias, un sistema de justicia y un régimen fiscal distintos de los del resto del país y la exención del reclutamiento de quintas para sus habitantes)

El Carlismo se expandió por el Norte peninsular, especialmente por las áreas rurales de País Vasco, Navarra o Cataluña, regiones en los que su discurso reivindicativo de los fueros y de las tradiciones encontró eco entre el Bajo Clero y la pequeña nobleza rural y en las que la propiedad de la tierra estaba más repartida que en el Sur o en Levante, por los que los Decretos de Abolición de los Señoríos apenas tuvieron eco entre el campesinado. Los focos del carlismo fueron, por tanto, el País Vasco y Navarra, el Maestrazgo (comarca comprendida entre Teruel, Castellón, Valencia y Cuenca) y el interior de Cataluña, quedando algunos puntos dispersos en otras zonas del país.


Las fases de la Primera Guerra Carlista fueron las siguientes:

1ª) Levantamiento inicial (1833): Tras el fallecimiento de Fernando VII, una Junta Carlista formada por partidarios del Infante D. Carlos organiza una rebelión que fracasa en Madrid pero triunfa en el País Vasco. Los carlistas comienzan a organizar partidas imitando a las guerrillas de la Guerra de Independencia.

2ª) Organización militar (1833-35): En Euskadi y Navarra se organiza un ejército carlista bajo la dirección del Coronel Tomás Zumalacárregui, que pronto controla todo el territorio menos las capitales, Bilbao y San Sebastián, que sitian. En Julio de 1834, Don Carlos se instala allí y el País Vasco se configura como el centro neurálgico del carlismo, incluso después de la muerte de Zumalacárregui en el sitio de Bilbao en Junio de 1835.
En el Maestrazgo, el Ejército cristino impide que las partidas carlistas bajo la dirección de Ramón Cabrera se unifiquen. Lo mismo ocurre en Cataluña y en Castilla, dónde las partidas carlistas son dirigidas por el Conde de España y el Cura Merino, respectivamente.

3ª) Expedicionaria (1836-7): Siguiendo un Plan del fallecido Zumalacárregui, los carlistas emprenden incursiones por el Norte y el Centro de la Península con el doble objetivo de aliviar la presión del ejército isabelino sobre sus líneas e intentar recabar el apoyo de la población de las zonas recorridas incorporando voluntarios a sus filas. Las expediciones se llevaron a cabo mediante pequeñas columnas de gran movilidad.
Las principales expediciones fueron las de Guergué (por el Pirineo catalán), Gómez (Asturias, Galicia, Castilla, Córdoba y Extremadura), Zairatiegui (Castilla) y la famosa Expedición Real, comandada por el propio Carlitos, que tras cruzar el Ebro, se dirigió a los alrededores de Madrid.
Los éxitos del ejército cristino encabezado por el General Espartero, que despejó el sitio de Bilbao en Diciembre de 1836, acabaron con las expediciones.

4ª) División interna y desenlace (1838-1839): En Julio de 1838, Rafael Maroto, es nombrado Comandante Jefe del ejército carlista. A partir de aquí, con el apoyo de los elementos más moderados del carlismo, partidarios de un arreglo negociado con la Regente, llega a un acuerdo con los generales isabelinos. El acuerdo se cristalizó en el Convenio de Vergara, firmado en Agosto de 1839 y consagrado por el famoso Abrazo de Vergara entre Espartero y Maroto, consistente en la integración de los oficiales carlistas en el ejército isabelino a cambio del desarme y de la promesa de Espartero de recomendar a las Cortes que se mantuvieran los fueros vasco y navarro.
El Convenio no contó con el beneplácito del sector más ortodoxo del carlismo, los denominados “apostólicos” y Maroto tuvo que recurrir a la represión contra estos en las provincias vascas y Navarra para que lo acataran, llegando a fusilar a oficiales contrarios al acuerdo. El propio Infante no dio su beneplácito al mismo y, en el Maestrazgo, Ramón Cabrera continuó con la lucha, por lo que la guerra no acabó en esta zona hasta 1840. Morella (provincia de Castellón) fue el principal reducto de la resistencia carlista hasta que cayó en Mayo, por lo que el ejército de Cabrera se replegó a Cataluña, hasta que en Julio cruzó la frontera francesa, finalizando la guerra con la victoria del ejército cristino o isabelino.

El Abrazo de Vergara. Grabado de 1902
El coste humano de la guerra fue altísimo, ya que se produjeron entre 150.000 y 200.000 muertos, una cifra considerable si tenemos en cuenta que la población española era de 13 millones. La guerra implicó a gran parte de la población, llegando el ejército cristino, por ejemplo, a sumar 500.000 hombres, gracias al mecanismo de incorporación de las quintas.
Una de las claves del triunfo isabelino fue la ayuda militar facilitada por ingleses y franceses que, en 1834, firmaron la Cuádruple Alianza junto a España y a Portugal, un pacto de ayuda mutua contra las potencias absolutistas como Austria.


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