Durante el primer trimestre, analizamos como se configuraba en la sociedad europea durante la edad moderna el dominio del género masculino sobre el femenino, como se legitimaba la violencia de género y como algunas mujeres como Cristina de Pizán intentaron rebatir esos argumentos en un debate que se denominó "la Querella de las Mujeres" y que atravesó la cultura europea de los siglos XV, XVI y XVII. A esa actividad, recogiendo la expresión de Virginia Woolf, la denominamos "¿De dónde viene la ira?"
El segundo trimestre lo comenzamos visionando en clase el film Sufragistas. Vamos a partir de esta película para estudiar la evolución de la lucha por la igualdad durante los siglos XIX y el primer tercio del XX, tiempo que se corresponde con los temas que hemos estudiado en clase en los últimos meses (Revolución industrial, Movimiento Obrero, etc.)
La actividad a realizar está enlazada al fin de la entrada, pero antes es conveniente repasar brevemente la evolución del feminismo en esos años.
Contexto. La lucha por la igualdad en el siglo XIX
En el siglo XVIII, el debate intelectual sobre la capacidad intelectual de la mujer no se había cerrado aún. La Ilustración, por tanto, lo heredó. El problema radica en que siendo un movimiento cultural que tenía a la razón como estandarte, la Ilustración no solventó la cuestión ni supuso un avance significativo en la conquista del espacio público por las mujeres, más bien lo contrario. De hecho, representantes del pensamiento ilustrado tan importantes como Rousseau reprodujeron los mismos argumentos misóginos que vimos en los siglos anteriores. Hubo, al igual que en los siglos anteriores, hombres que abogaron por lo que hoy denominaríamos igualdad de género, siendo Condorcet, quizá, el más señalado, pero, en general, se puede afirmar que el proceso de racionalización que protagonizó el siglo XVIII, el siglo de las Luces, no desplazó a la misoginia.
La supuesta inferioridad del género femenino se fundamentó para Rousseau en la propia herencia de la naturaleza que había establecido las diferencias entre ambos sexos, como se desprende de esta cita de su obra Emilio:
"El sostener de una manera vaga que son iguales los dos sexos y que tienen las mismas obligaciones, es perderse en manifestaciones vanas, sin decir nada que no se pueda rechazar. (...)
Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar de ellos, educarlos cuando niños, cuidarlos para mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles grata y suave la vida son las obligaciones de las mujeres en todos los tiempos, y esto es lo que desde su niñez se les debe enseñar. (...) El hombre dice lo que sabe, y la mujer dice lo que agrada; el uno para hablar necesita conocimiento y la otra gusto; el principal objeto de él deben ser las cosas útiles, y el de ella las agradables. (...) Todo lo que tiende a generalizar las ideas, no es propio de mujeres; sus estudios se deben referir a la práctica, y les toca a ellas aplicar los principios hallados por el hombre y hacer las observaciones que le conducen a sentar principios."
La respuesta a Rousseau la proporciona Mary Wollstonecraft, autora de uno de los hitos de la literatura feminista, Vindicación de los derechos de la mujer (1792). Wollstonecraft le va a dar la vuelta a los postulados misóginos de Rousseau, atribuyendo el origen de las diferencias entre los géneros a la exclusión de las mujeres de la educación científica y humanística, por lo que la igualdad en el acceso a la educación debía ser la llave que garantizara la conquista de la esfera pública por las mujeres.
"¿Quién ha erigido al hombre como único juez, si la mujer comparte con él el don de la razón?"
(...)
"Probablemente yo he tenido la oportunidad de observar más niñas en su infancia que J.J. Rousseau. Puedo recordar mis propios sentimiento y he observado a mi alrededor con detenimiento. Sin embargo, lejos de coincidir con su opinión respecto a los primeros albores del carácter femenino, me aventuraré a afirmar que una niña a quien no se le haya apagado el espíritu por la inactividad o se le haya teñido la inocencia con la falsa vergüenza, siempre será traviesa y que no le atraerán la atención las muñecas, a menos que el encierro no le permita otra alternativa. En pocas palabras, los niños y las niñas jugarían juntos sin peligro, si no se inculcara la distinción de sexos muchos antes de que la naturaleza haga alguna diferencia."
La obra de Wollstonecraft es importante en la historia de la lucha por la igualdad porque supone el puente entre la fase de la discusión intelectual que marcó la Querella de las Mujeres y la nueva fase que se inicia con la llegada de las revoluciones liberales, una fase que podríamos llamar política y jurídica y tiene su culminación en la conquista del voto femenino. Esta fase se caracteriza, fundamentalmente, por la aparición de un movimiento de naturaleza política, el sufragismo, que reclamará para el género femenino, el espacio político y social que las revoluciones, fundadas en los principios de igualdad legal y libertad individual, negaron a las mujeres.
La revolución americana que consagró la primera democracia occidental de la historia contemporánea negó a las mujeres cualquier posibilidad de participación en el naciente sistema político, forjando al sufragio universal masculino como el instrumento de monopolización de la representación política por los hombres. El peligro que, para las mujeres, suponía la afirmación legal del privilegio masculino de la participación política movilizó a mujeres como Abigail Adams que, en los momentos previos a la aprobación de la Constitución, escribió a su marido, John Adams, futuro presidente de los Estados Unidos, recordándole que:
"...en
el nuevo código de leyes que supongo que será necesario que
redactéis..no hay que poner un poder sin límite en manos de los esposos.
Recordad que todos los hombres serían tiranos si pudieran. Si no se
presta un cuidado y una atención especial a las damas, estamos
dispuestas a fomentar una rebelión, y no nos consideramos obligadas a
obedecer las leyes en que no tengamos representada nuestra voz."
Durante la Revolución Francesa, se vivió el mismo proceso. La afirmación de los derechos de igualdad legal, gobierno representativo, derechos individuales, etc., no conllevó una negación de los privilegios masculinos en ninguno de los ámbitos en los que estos se ejercían. Las mujeres quedaron excluidas del sistema político creado y su condición de ciudadanas no fue reconocida por la Asamblea Nacional.
Esta exclusión es especialmente grave si tenemos en cuenta el enorme protagonismo de las mujeres parisinas en acontecimientos de la revolución como la toma de la Bastilla o la marcha a Versalles para obligar al Rey a firmar la Declaración de Derechos de 1789.
Como las mujeres fueron ignoradas en la Declaración de Derechos aprobada por la Asamblea Nacional, en 1791 Olimpia de Gouges lideró la redacción y proclamación de una Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana que pretendía la equiparación de derechos entre ambos géneros. El texto decía así:
«Las madres, las hijas, las hermanas, representantes de la Nación, solicitan ser constituidas en Asamblea Nacional. (...) el sexo superior, tanto en belleza como en valor —como demuestran los sufrimientos maternales— reconoce y declara, en presencia y bajo los auspicios del Ser Supremo, los siguientes Derechos de la Mujer y de la Ciudadana.
ARTÍCULO I. La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. (...).
ARTÍCULO II. El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la mujer y los del hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.
ARTÍCULO IV. La libertad y la justicia consiste en devolver todo cuanto pertenece a otros; así pues, el ejercicio de los derechos naturales de la mujer no tiene más limitaciones que la tiranía perpetua a que el hombre la somete; estas limitaciones deben ser modificadas por medio de las leyes de la naturaleza y de la razón."
Las revolucionarias francesas no se van a limitar a las exigencias políticas y van a intervenir en otros ámbitos, reclamando, por ejemplo, el derecho de las mujeres a participar en la guerra en defensa de revolución. No se trataba sólo, por tanto, de lograr la equiparación política con el género masculino, sino de romper también las relaciones de dependencia y subordinación de las mujeres con sus maridos o padres.
Las mujeres de la clase trabajadora urbana, (las trabajadoras de los mercados, por ejemplo) fueron especialmente activas durante la revolución, apoyando a la izquierda republicana. Las conocidas como sans-jupons (equivalentes a los sans-culottes masculinos) fueron el principal apoyo de organizaciones como las Ciudadanas Republicanas Revolucionarias, el principal club femenino de la etapa republicana. Esta organización fue alabada por los integrantes de la Comisión de Derechos Humanos de la Convención:
"Habéis
roto uno de los eslabones de la cadena de prejuicios. Aquel que
confinaba a las mujeres al angosto espacio de sus hogares, convirtiendo a
la mitad de las personas en seres pasivos y aislados ya no existe para
vosotras. Estáis ansiosas por ocupar vuestro puesto en el orden social,
la apatía os ofende y humilla."
Esta organización feminista intentó integrar las demandas de igualdad política reclamadas por las mujeres burguesas con las demandas sociales de las mujeres de los mercados y arrancó a la Convención importantes conquistas como el derecho de las mujeres a la propiedad, la aprobación del divorcio o la prohibición de la prostitución. Sin embargo, su papel no fue reconocido por las autoridades de la Convención que, en octubre de 1793 decretaron la clausura de los clubes femeninos. Días antes, Claire Lacombe, líder de las Ciudadanas Republicanas Revolucionarias, en un discurso en la Convención, intentó parar la prohibición:
"Nuestro
sexo tan sólo ha producido un monstruo (María Antonieta), pero
nosotras durante cuatro años hemos sido traicionadas y asesinadas por
innumerables monstruos de sexo masculino. Nuestros derechos son los del
pueblo, y si se nos oprime, sabremos como oponer resistencia a la
opresión"
En definitiva, tras las revoluciones liberales acaecidas a finales del XVIII y principios del XIX, la situación de las mujeres no sólo no mejoró, sino que sufrió un claro retroceso al continuar sumidas en la condición de súbditas mientras que los hombres alcanzaban la categoría de ciudadanos. Su sacrificio y sus aportaciones fueron, además, ignoradas. A pesar de que la revolución tenía una imagen femenina ( la de Mariannne, que personificaba a la República francesa) hoy casi nadie recuerda a las sans-jupons mientras que los sans-culottes figuran en casi todos los libros de texto de historia.
La libertad guiando al pueblo, obra de Delacroix. La libertad aparece representada como una mujer, popularmente conocida como Marianne.
En 1848, en el mismo año en que se publicó el Manifiesto Comunista de Marx y Engels o se produjo la tercera de las oleadas revolucionarias del siglo XIX, en la localidad estadounidense de Seneca Falls, se produjo un acontecimiento singular que, sin embargo, ha tenido mucha menos repercusión: la primera convención sobre los derechos de las mujeres. La convención tuvo como resultado la promulgación de la Declaración de Sentimientos y Resoluciones de Seneca Falls:
«La historia de la humanidad es la historia de las repetidas vejaciones y usurpaciones por parte del hombre con respecto a la mujer, y cuyo objetivo directo es el establecimiento de una tiranía absoluta sobre ella. (...)
La ha obligado a someterse a unas leyes en cuya elaboración no tiene voz. (...)
Si está casada, la ha dejado civilmente muerta ante la ley. La ha despojado de todo el derecho de propiedad, incluso sobre el jornal que ella misma gana.
Moralmente se ha convertido en un ser irresponsable. (...) En el contrato de matrimonio se le ha obligado a prometer obediencia al esposo, mientras que él se convierte, para todos los fines y propósitos en su amo –ya que la ley le da poder para privarla de libertad y para administrarla castigos. (...)
Al emprender la gran tarea que tenemos ante nosotras, anticipamos que no escasearán los conceptos erróneos, las malas interpretaciones y las ridiculizaciones, empero, a pesar de ello, estamos dispuestas a conseguir nuestro objetivo, valiéndonos de todos los medios a nuestro alcance. Vamos a utilizar agentes, vamos a hacer circular folletos, presentar peticiones a las cámaras legislativas del Estado y nacionales, y asimismo trataremos de llegar a los púlpitos y a la prensa para ponerlos de nuestra parte. Esperamos que esta Convención vaya seguida de otras convenciones en todo el país. (...)»
DECIDIMOS: Que todas aquellas leyes que impidan que la mujer ocupe en la sociedad la posición que su conciencia le dicte o que la sitúen en una posición inferior a la del hombre, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y, por tanto, no tienen ni fuerza ni autoridad. (...)
DECIDIMOS: Que la mujer es igual al hombre -que así lo pretendió el Creador- y que por el bien de la raza humana exige que sea reconocida como tal.
DECIDIMOS: Que es deber de las mujeres de este país asegurarse el sagrado derecho a votar.»
La Convención de Seneca Falls fue imitada a lo largo y ancho de los Estados Unidos durante las décadas centrales del siglo XIX, sucediéndose las reuniones y mítines en los que cristalizaría en la constitución del movimiento sufragista, el gran protagonista de las movilizaciones feministas de la segunda mitad del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX.
En los Estados Unidos, nacerían la Asociación Nacional Pro Sufragio de la Mujer (NWSA) , liderada por Susan B. Anthony y Elizabeth Candy Staton y Asociación Américana Pro Sufragio de la Mujer (AWSA) encabezada por Lucy Stone.
En el Reino Unido destacarán la Unión de Sociedades por el voto de las mujeres y la Unión Social y Política de las Mujeres (WSPU), de carácter mas radical y
encabezada por Emmeline Pankhurst (que aparece interpretada por Meryl Streep en la película que vimos en clase, Sufragistas). Entre las militantes de esta organización ha pasado a la historia el nombre de Emily Davison, la mujer que se sacrificó en el derby de 1913 para atraer la atención de la opinión pública hacia la causa sufragista. Este vídeo recoge el triste acontecimiento:
El alma del sufragismo residía en su lucha por la consecución del derecho al voto para las mujeres aunque no se limitó a dicha demanda. Conforme avanzó el siglo, las demandas relacionadas con cuestiones sociales y económicas fueron ganando peso.
En Estados Unidos, por ejemplo, la relación del sufragismo con el movimiento antiesclavista fue muy estrecha. Prueba de esto es la famosa intervención de Sojourner Truth, mujer nacida esclava, en una convención feminista celebrada en 1851:
"Mirad mi brazo. He trabajado la tierra, he sembrado, y he recogido la siembra en el granero, y ningún hombre me podía ganar ¿Y no soy mujer?
He parido trece hijos y he visto como a la mayoría los vendían como esclavos, y cuando lloré con la pena de una madre, ¿nadie me escuchó salvo Jesús! ¿Y no soy mujer?"
La relación entre feminismo y abolicionismo se percibe también en la propuesta de candidatura que el partido sufragista Equal Rights lanzó en las elecciones presidenciales de 1872 con la feminista Victoria Woodhull como candidata a la presidencia y el activista afroamericano Frederick Douglass como postulante a la vicepresidencia.
Manifestación sufragista
En cualquier caso, las fronteras entre sufragismo, democracia radical y utopismo socialista fueron siempre borrosas y en el ánimo de gran parte de las líderes sufragistas la lucha por los derechos de las mujeres trabajadoras, el acceso a la educación y la emancipación de las mujeres respecto al dominio de sus maridos tuvieron siempre el mismo rango de importancia que la conquista del derecho al voto.
La aparición del movimiento obrero y de sus dos poderosas ramas en el XIX, anarquismo y socialismo, trajo consigo el surgimiento de una corriente dentro del feminismo que consideraba secundaria la cuestión del sufragio y que planteaba que existían diferencias entre las mujeres de la clase obrera y las de la burguesía, por lo que sus reivindicaciones no podían ser las mismas ni tenia sentido que militaran en las mimas organizaciones. La fundadora del feminismo socialista fue la francesa Flora Tristán que editó un folleto llamado La Unión Obrera, años antes de que Marx y Engels publicaran el Manifiesto Comunista y en el que ya se asomaban ideas clásicas del socialismo como el internacionalismo.
Dentro del anarquismo destacarán Louise Michel y Emma Goldman. La primera fue una maestra que llegó a ser una de las principales figuras de la Comuna de Paris y cuya actividad política tiene un enorme valor al integrar feminismo, pacifismo, crítica al colonialismo y emancipación de la clase trabajadora en la misma lucha. Fue, en ese sentido, una precursora del siglo XX. Emma Goldman fue una judía lituana que desarrolló su activismo en Estados Unidos donde se convirtió en una celebridad y en una de las personas más odiadas por la élite empresarial que gobernaba el país.
La madurez del feminismo socialista llegó ya en el siglo XX con la creación de la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas que fue una organización paralela a la II Internacional socialista. En su segundo congreso, celebrado en Copenhague en 1910, la Conferencia aprobó la reivindicación del sufragio universal unida a la necesidad de aprobar una legislación que protegiera a las mujeres y aglutinara ámbitos como la maternidad, el acceso a la educación, el derecho al aborto, la independencia económica y jurídica, etc. La idea de celebrar un Día Internacional de las Mujeres partió de ellas. Sus líderes fueron mujeres como Clara Zetkin y Alexandra Kollontai. Esta última fue la primera mujer en desempeñar un puesto de ministra en el gobierno de un estado: fue Comisaría del Pueblo para la Asistencia Pública en el primer gobierno bolchevique tras la Revolución Rusa.
Alexandra Kollontai
Con la sucesiva aprobación del sufragio femenino en la mayoría de los países occidentales y los avances en la igualdad legal, la conocida como la primera ola del feminismo fue cerrando el circulo iniciado por las revolucionarias del siglo XVIII. Quedarían pendientes muchas luchas que protagonizarían, ya entrado el siglo XX, la segunda oleada feminista.
En esta línea del tiempo podéis comprobar el año en que fue aprobado el sufragio femenino en los distintos países del mundo:
La actividad consiste en realizar una breve redacción sobre las reivindicaciones del movimiento feminista en los siglos XIX y XX utilizando tanto las situaciones reflejadas en el film Sufragistas como las ideas contenidas en los textos incluidos en la entrada.
Puedes confeccionar tu redacción contestando a las siguientes cuestiones:
La lucha por la igualdad política. ¿Cuándo nació el movimiento sufragista y por qué? ¿Fueron ignoradas las mujeres durante las revoluciones liberales? ¿Qué métodos utilizados por las sufragistas se aprecian en la película? ¿Cuál es la actitud del gobierno británico hacia el movimiento sufragista? ¿Coincide con el trato que la Convención jacobina otorgó a las Ciudadanas Republicanas Revolucionarias?
La lucha por la igualdad en el trabajo. ¿Cómo eran las condiciones de trabajo en la lavandería en la que trabaja la protagonista del film, Maud Watts?( En esta escena, Maud acude al Parlamento británico para declarar en la Comisión en la que se debate la aprobación del voto femenino y relata ante los parlamentarios las durísimas condiciones de trabajo de las empleadas en lavanderías) ¿Consideras que es comparable al relato de Soujourner Truth?
La lucha por la igualdad en el seno de la familia. ¿Cuál es la actitud del marido de Maud respecto a las ideas y acciones de su mujer? ¿Por qué la declaración de Seneca Falls criticó el concepto de matrimonio de la época?
Conclusión. ¿Cómo valorarías a la película como fuente para conocer la historia del movimiento sufragista? ¿Crees que las feministas del pasado se sentirían satisfechas con lo conseguido hasta hoy o consideras que sus demandas siguen vigentes?
Todo cuento infantil que se precie reúne a una pareja de niños desvalidos en un bosque fantasmagórico, a un lobo acechante en la oscuridad y a una bruja horrenda y maléfica. Si el lector es adulto, sus expectativas respecto a las brujas exigen, además, que la malvada hechicera, aparte de pasar el día removiendo su caldero, agarre una escoba, se monte encima de ella y surque los aires para entregarse a la insaciable voracidad sexual de Lucifer. Cualquier cosa menos portentosa que ésta supondría una decepción.
Nos gusta pensar que este tipo de cosas son fantasías medievales, fruto de la lascivia imaginativa de monjes salidos de una página de El Nombre de la Rosa. En realidad, es posterior. Según creo, la primera imagen presente en las artes plásticas europeas de una bruja a lomos de una escoba voladora aparece en dos grabados de Brughel el Viejo y datan de 1565. Son, por tanto, de la Edad Moderna y surgen después del ensueño humanista y racionalista de la Florencia del siglo XV o de las llamadas a la tolerancia de Erasmo de Rotterdam.
Grabado de Peter Brughel el Viejo. 1565
En esa época comenzó la llamada Caza de Brujas de la Edad Moderna, un proceso que conllevó la detención, tortura y asesinato de decenas de miles de mujeres entre los siglos XVI y XVIII y que tuvo especial incidencia en Europa Central, aunque afectó a todo el ámbito de la civilización occidental incluidas las colonias americanas. Fue una cacería institucionalizada que involucró a monarcas y a clérigos y que en los países católicos mediterráneos fue liderada por la Inquisición.
Sus víctimas se acercaban sospechosamente al arquetipo de mujer vieja, desgreñada y solitaria fijado por la literatura: mujeres ya mayores (de más de 50 años, en gran parte), residentes en el medio rural, con prestigio entre la comunidad campesina y con ciertos conocimientos sobre medicina transmitidos de generación en generación. La "bruja" era partera y comadrona al mismo tiempo que practicaba abortos; mitigaba todo tipo de dolores gracias a su sapiencia sobre las propiedades curativas de hierbas y raíces; aconsejaba a las jóvenes sobre prácticas sexuales en una época en la que la cultura campesina no penalizaba aún el sexo que no tuviera como fin exclusivo la reproducción.
¿Por qué fueron tan encarnizadamente perseguidas? La caza de brujas coincide con el desarrollo de las primeras formas de capitalismo comercial y con la extensión del estado moderno. Según historiadoras como Silvia Federici (cuya monografía Calibán y la Bruja es la obra más recomendable al respecto), la dominación de las mujeres es una de las reglas básicas del capitalismo, sistema que fue desperezándose durante estos siglos antes de convertirse en hegemónico en los siguientes. El capitalismo, para su crecimiento, necesita del empleo de una gran cantidad de fuerza de trabajo, de mano de obra si se prefiere. Por ello, fomenta el crecimiento exponencial de la natalidad. Esto era contrario a los usos tradicionales entre las comunidades campesinas que solían practicar formas primitivas de control de la natalidad. Para el desarrollo del capital, por tanto, fue necesario dominar a las mujeres y a sus cuerpos.
Dominar a las mujeres significaba controlar su cuerpo y lo que este producía, o sea, hijos que serian los futuros trabajadores a servicio del capital. Dominar a las mujeres significaba controlar su útero, cercenando su sexualidad que pasaba a estar estigmatizada, limitándose a la función reproductora. Dominar a las mujeres, además, permitía considerar el trabajo doméstico, el parto, la lactancia, los cuidados de niños o ancianos no como un trabajo que requiriera el pago de un salario sino como un servicio personal no remunerado de cuyo valor se apropiaron los hombres.
Las brujas fueron perseguidas al ser supervivientes de una cultura femenina ancestral, refugiada en las áreas rurales más alejadas de las pujantes ciudades, representantes de lo que hoy llamaríamos sororidad, cuyos valores eran contrapuestos a los del nuevo sistema económico y su referente político: el estado moderno. En las aldeas, permanecía vigente la propiedad comunal de tierras de cultivo, bosques y pastos, algo incompatible con la privatización que imponía el capitalismo. Era un mundo pequeño, regido por lazos de solidaridad familiares y vecinales que no entendía el feroz individualismo y los rígidos códigos sociales que implantaba el capitalismo. Cuando hubo que arrasar con ese mundo, las ancianas que que velaban por la comunidad fueron la diana preferida de los poderosos. Antes hubo que reducirlas a esa horrible caricatura de mujer desagradable, cruel y lujuriosa que todavía prevalece en la narrativa occidental.
No es extraño que cuando el nazismo asolaba Europa en los años de la Segunda Guerra Mundial, algunas de las mujeres que les plantaron cara fueron denominadas "Brujas de la Noche". Tras la invasión de la Unión Soviética por las tropas de la Alemania nazi, el Ejército de la URSS, el Ejército Rojo, fue el que más lejos llegó a la hora de incorporar a mujeres en sus filas. Se enrolaron en todos los cuerpos del ejército pero destacaron, sobre todo, las tiradoras de élite o las aviadoras, las primeras de la historia. Entre ellas figuraban las comandantes de bombarderos o las famosas "Brujas de la noche". Éstas componían el 588 Regimiento de Bombardeo Nocturno, un regimiento exclusivamente femenino, que utilizaba aviones pequeños y muy ligeros (eran de madera cubierta con chapa), incapaces de volar a más de 120 km/h, y que, a pesar de su fragilidad o precisamente por ella, eran perfectos para misiones nocturnas de hostigamiento a convoyes enemigos. Las brujas volaban tan bajo y tan lento que para los veloces aparatos nazis era imposible alcanzarlas; así flotaban más que volaban por encima de los trenes o tanques nazis y dejaban caer las bombas con sus propias manos ya que el reducido tamaño de sus aviones no les permitía instalar una bodega de bombas. Muchas murieron; otras alcanzaron el rango de Heroínas de la Unión Soviética y vivieron para contarlo. Todas llevaron el apelativo de brujas con las que, al parecer, fueron bautizadas por los propios nazis, indudables herederos de aquella turba de clérigos sanguinarios que aterrorizaron Europa durante los siglos funestos de la caza de brujas.
La capitana del 587 Regimiento de Bombarderos Mariya Dolina
Sin embargo, las valientes muchachas del 588 regimiento de bombardeo nocturno no consiguieron erradicar del imaginario colectivo al siniestro arquetipo de la bruja. Todavía hoy, cada vez que una mujer se levanta y desafía al patriarcado, recibe el marbete de "bruja": su femineidad es cuestionada, sus motivos son banalizados o ensuciados y sus razonamientos son ahogados por la garrulería machista. El corolario de esta violencia discursiva es siempre la violencia física, la reproducción de lo que el patriarcado ha reservado históricamente para las brujas: ser vejadas, torturadas, asesinadas....
La vigencia del feminismo es, por tanto, obvia. Plantea la necesidad de la emancipación de las mujeres, de la conquista de la igualdad y de que esa conquista sea protagonizada por las mujeres. No es una moda ni una corriente de pensamiento producida en una universidad anglosajona. Es un movimiento social. Es la lucha por la igualdad, necesaria, indispensable, urgente. Y, también, es algo más.
Las feministas son las únicas que estos tiempos reaccionarios nos recuerdan que no basta con que la igualdad sea un principio recogido en el derecho sino que debe estar acompañada de acciones que eliminen todas las fuentes de desigualdad existentes en todos los ámbitos de nuestra vida, señalando que la clave de la democracia no está en pregonar la igualdad sino en conseguir la equidad; que, por tanto, no basta con las leyes sino que deben combatirse las discriminaciones laborales, políticas, etc. mediante las acciones de discriminación positiva que hagan falta. Probablemente, son el último baluarte que nos queda para salvaguardar nuestra libertad, si la entendemos como la capacidad y el derecho a decidir sobre como gestionar nuestro cuerpo, nuestro tiempo, nuestras relaciones con los demás o nuestras ideas y como la expresamos ante el resto del mundo.
Su valor radica en mantener que lo privado, lo familiar, lo doméstico también es político, que la lucha por la emancipación comienza combatiendo la injusticia en tu propia casa. También en demostrar que la producción del lenguaje no es arbitraria sino que es ideológica, que el uso de determinadas palabras obedece a motivos que no son inocentes y que es más importante la lucha por la igualdad que el cumplimiento de las normas de la RAE.
Más aún, las considero indispensables por ser capaces de denunciar lo que ya nadie es capaz de hacer: que el capitalismo no es otra cosa que un sistema de dominación, que se alimenta del trabajo no reconocido o no remunerado y de la explotación de las trabajadoras, que su esencia es la injusticia y que sus soportes son la violencia y el abuso.
En definitiva, las admiro. En todos los años que llevo trabajando como profesor de historia lo más hermoso que he leído en un examen fue un comentario de una alumna sobre la famosa fotografía de la miliciana Marina Ginestá: "Me gustaría ver esa mirada en la gente de mi edad" Bien, pues yo la he visto, en cada una de mis alumnas rebeldes, valerosas, independientes, libres, la he visto muchas veces y espero seguir viéndola. Es la mayor esperanza que le queda a nuestro mundo. Las brujas del pasado se sentirían orgullosas de ellas.
Por un feliz 8 de marzo. Por el éxito de la Huelga General feminista.