A mis alumnas
Todo cuento infantil que se precie reúne a una pareja de niños desvalidos en un bosque fantasmagórico, a un lobo acechante en la oscuridad y a una bruja horrenda y maléfica. Si el lector es adulto, sus expectativas respecto a las brujas exigen, además, que la malvada hechicera, aparte de pasar el día removiendo su caldero, agarre una escoba, se monte encima de ella y surque los aires para entregarse a la insaciable voracidad sexual de Lucifer. Cualquier cosa menos portentosa que ésta supondría una decepción.
Nos gusta pensar que este tipo de cosas son fantasías medievales, fruto de la lascivia imaginativa de monjes salidos de una página de El Nombre de la Rosa. En realidad, es posterior. Según creo, la primera imagen presente en las artes plásticas europeas de una bruja a lomos de una escoba voladora aparece en dos grabados de Brughel el Viejo y datan de 1565. Son, por tanto, de la Edad Moderna y surgen después del ensueño humanista y racionalista de la Florencia del siglo XV o de las llamadas a la tolerancia de Erasmo de Rotterdam.
Grabado de Peter Brughel el Viejo. 1565 |
En esa época comenzó la llamada Caza de Brujas de la Edad Moderna, un proceso que conllevó la detención, tortura y asesinato de decenas de miles de mujeres entre los siglos XVI y XVIII y que tuvo especial incidencia en Europa Central, aunque afectó a todo el ámbito de la civilización occidental incluidas las colonias americanas. Fue una cacería institucionalizada que involucró a monarcas y a clérigos y que en los países católicos mediterráneos fue liderada por la Inquisición.
Sus víctimas se acercaban sospechosamente al arquetipo de mujer vieja, desgreñada y solitaria fijado por la literatura: mujeres ya mayores (de más de 50 años, en gran parte), residentes en el medio rural, con prestigio entre la comunidad campesina y con ciertos conocimientos sobre medicina transmitidos de generación en generación. La "bruja" era partera y comadrona al mismo tiempo que practicaba abortos; mitigaba todo tipo de dolores gracias a su sapiencia sobre las propiedades curativas de hierbas y raíces; aconsejaba a las jóvenes sobre prácticas sexuales en una época en la que la cultura campesina no penalizaba aún el sexo que no tuviera como fin exclusivo la reproducción.
¿Por qué fueron tan encarnizadamente perseguidas? La caza de brujas coincide con el desarrollo de las primeras formas de capitalismo comercial y con la extensión del estado moderno. Según historiadoras como Silvia Federici (cuya monografía Calibán y la Bruja es la obra más recomendable al respecto), la dominación de las mujeres es una de las reglas básicas del capitalismo, sistema que fue desperezándose durante estos siglos antes de convertirse en hegemónico en los siguientes. El capitalismo, para su crecimiento, necesita del empleo de una gran cantidad de fuerza de trabajo, de mano de obra si se prefiere. Por ello, fomenta el crecimiento exponencial de la natalidad. Esto era contrario a los usos tradicionales entre las comunidades campesinas que solían practicar formas primitivas de control de la natalidad. Para el desarrollo del capital, por tanto, fue necesario dominar a las mujeres y a sus cuerpos.
Dominar a las mujeres significaba controlar su cuerpo y lo que este producía, o sea, hijos que serian los futuros trabajadores a servicio del capital. Dominar a las mujeres significaba controlar su útero, cercenando su sexualidad que pasaba a estar estigmatizada, limitándose a la función reproductora. Dominar a las mujeres, además, permitía considerar el trabajo doméstico, el parto, la lactancia, los cuidados de niños o ancianos no como un trabajo que requiriera el pago de un salario sino como un servicio personal no remunerado de cuyo valor se apropiaron los hombres.
Las brujas fueron perseguidas al ser supervivientes de una cultura femenina ancestral, refugiada en las áreas rurales más alejadas de las pujantes ciudades, representantes de lo que hoy llamaríamos sororidad, cuyos valores eran contrapuestos a los del nuevo sistema económico y su referente político: el estado moderno. En las aldeas, permanecía vigente la propiedad comunal de tierras de cultivo, bosques y pastos, algo incompatible con la privatización que imponía el capitalismo. Era un mundo pequeño, regido por lazos de solidaridad familiares y vecinales que no entendía el feroz individualismo y los rígidos códigos sociales que implantaba el capitalismo. Cuando hubo que arrasar con ese mundo, las ancianas que que velaban por la comunidad fueron la diana preferida de los poderosos. Antes hubo que reducirlas a esa horrible caricatura de mujer desagradable, cruel y lujuriosa que todavía prevalece en la narrativa occidental.
No es extraño que cuando el nazismo asolaba Europa en los años de la Segunda Guerra Mundial, algunas de las mujeres que les plantaron cara fueron denominadas "Brujas de la Noche". Tras la invasión de la Unión Soviética por las tropas de la Alemania nazi, el Ejército de la URSS, el Ejército Rojo, fue el que más lejos llegó a la hora de incorporar a mujeres en sus filas. Se enrolaron en todos los cuerpos del ejército pero destacaron, sobre todo, las tiradoras de élite o las aviadoras, las primeras de la historia. Entre ellas figuraban las comandantes de bombarderos o las famosas "Brujas de la noche". Éstas componían el 588 Regimiento de Bombardeo Nocturno, un regimiento exclusivamente femenino, que utilizaba aviones pequeños y muy ligeros (eran de madera cubierta con chapa), incapaces de volar a más de 120 km/h, y que, a pesar de su fragilidad o precisamente por ella, eran perfectos para misiones nocturnas de hostigamiento a convoyes enemigos. Las brujas volaban tan bajo y tan lento que para los veloces aparatos nazis era imposible alcanzarlas; así flotaban más que volaban por encima de los trenes o tanques nazis y dejaban caer las bombas con sus propias manos ya que el reducido tamaño de sus aviones no les permitía instalar una bodega de bombas. Muchas murieron; otras alcanzaron el rango de Heroínas de la Unión Soviética y vivieron para contarlo. Todas llevaron el apelativo de brujas con las que, al parecer, fueron bautizadas por los propios nazis, indudables herederos de aquella turba de clérigos sanguinarios que aterrorizaron Europa durante los siglos funestos de la caza de brujas.
No es extraño que cuando el nazismo asolaba Europa en los años de la Segunda Guerra Mundial, algunas de las mujeres que les plantaron cara fueron denominadas "Brujas de la Noche". Tras la invasión de la Unión Soviética por las tropas de la Alemania nazi, el Ejército de la URSS, el Ejército Rojo, fue el que más lejos llegó a la hora de incorporar a mujeres en sus filas. Se enrolaron en todos los cuerpos del ejército pero destacaron, sobre todo, las tiradoras de élite o las aviadoras, las primeras de la historia. Entre ellas figuraban las comandantes de bombarderos o las famosas "Brujas de la noche". Éstas componían el 588 Regimiento de Bombardeo Nocturno, un regimiento exclusivamente femenino, que utilizaba aviones pequeños y muy ligeros (eran de madera cubierta con chapa), incapaces de volar a más de 120 km/h, y que, a pesar de su fragilidad o precisamente por ella, eran perfectos para misiones nocturnas de hostigamiento a convoyes enemigos. Las brujas volaban tan bajo y tan lento que para los veloces aparatos nazis era imposible alcanzarlas; así flotaban más que volaban por encima de los trenes o tanques nazis y dejaban caer las bombas con sus propias manos ya que el reducido tamaño de sus aviones no les permitía instalar una bodega de bombas. Muchas murieron; otras alcanzaron el rango de Heroínas de la Unión Soviética y vivieron para contarlo. Todas llevaron el apelativo de brujas con las que, al parecer, fueron bautizadas por los propios nazis, indudables herederos de aquella turba de clérigos sanguinarios que aterrorizaron Europa durante los siglos funestos de la caza de brujas.
La capitana del 587 Regimiento de Bombarderos Mariya Dolina |
Sin embargo, las valientes muchachas del 588 regimiento de bombardeo nocturno no consiguieron erradicar del imaginario colectivo al siniestro arquetipo de la bruja. Todavía hoy, cada vez que una mujer se levanta y desafía al patriarcado, recibe el marbete de "bruja": su femineidad es cuestionada, sus motivos son banalizados o ensuciados y sus razonamientos son ahogados por la garrulería machista. El corolario de esta violencia discursiva es siempre la violencia física, la reproducción de lo que el patriarcado ha reservado históricamente para las brujas: ser vejadas, torturadas, asesinadas....
La vigencia del feminismo es, por tanto, obvia. Plantea la necesidad de la emancipación de las mujeres, de la conquista de la igualdad y de que esa conquista sea protagonizada por las mujeres. No es una moda ni una corriente de pensamiento producida en una universidad anglosajona. Es un movimiento social. Es la lucha por la igualdad, necesaria, indispensable, urgente. Y, también, es algo más.
Las feministas son las únicas que estos tiempos reaccionarios nos recuerdan que no basta con que la igualdad sea un principio recogido en el derecho sino que debe estar acompañada de acciones que eliminen todas las fuentes de desigualdad existentes en todos los ámbitos de nuestra vida, señalando que la clave de la democracia no está en pregonar la igualdad sino en conseguir la equidad; que, por tanto, no basta con las leyes sino que deben combatirse las discriminaciones laborales, políticas, etc. mediante las acciones de discriminación positiva que hagan falta. Probablemente, son el último baluarte que nos queda para salvaguardar nuestra libertad, si la entendemos como la capacidad y el derecho a decidir sobre como gestionar nuestro cuerpo, nuestro tiempo, nuestras relaciones con los demás o nuestras ideas y como la expresamos ante el resto del mundo.
Su valor radica en mantener que lo privado, lo familiar, lo doméstico también es político, que la lucha por la emancipación comienza combatiendo la injusticia en tu propia casa. También en demostrar que la producción del lenguaje no es arbitraria sino que es ideológica, que el uso de determinadas palabras obedece a motivos que no son inocentes y que es más importante la lucha por la igualdad que el cumplimiento de las normas de la RAE.
Más aún, las considero indispensables por ser capaces de denunciar lo que ya nadie es capaz de hacer: que el capitalismo no es otra cosa que un sistema de dominación, que se alimenta del trabajo no reconocido o no remunerado y de la explotación de las trabajadoras, que su esencia es la injusticia y que sus soportes son la violencia y el abuso.
En definitiva, las admiro. En todos los años que llevo trabajando como profesor de historia lo más hermoso que he leído en un examen fue un comentario de una alumna sobre la famosa fotografía de la miliciana Marina Ginestá: "Me gustaría ver esa mirada en la gente de mi edad" Bien, pues yo la he visto, en cada una de mis alumnas rebeldes, valerosas, independientes, libres, la he visto muchas veces y espero seguir viéndola. Es la mayor esperanza que le queda a nuestro mundo. Las brujas del pasado se sentirían orgullosas de ellas.
Por un feliz 8 de marzo. Por el éxito de la Huelga General feminista.
Marina Ginestá. Barcelona. 1936 |